Todo lo que tenemos y hacemos importa para Dios, ya sea que resultemos gratos o ingratos. Esto dependerá si nos entregamos totalmente para su gloria o reservamos algo para nosotros o para este mundo.
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” Romanos 12:1-2 RVR1960
Cuando conocemos a Dios, no nos reservamos nada para nosotros, nos ofrecemos a Él totalmente como se entrega una ofrenda en el culto. Nada más que en este caso, nosotros somos el culto para Dios, porque toda nuestra vida es cultivada para su gloria. Es decir, todo lo que hacemos y en lo que nos involucramos, cuidamos que sea santo para que su nombre sea siempre honrado.
Para lograr esto debemos tener el entendimiento renovado y renovándose constantemente, y así también, por el Espíritu Santo podemos entender los que a Dios le agrada y lo que demanda su santa voluntad, que hagamos con todo lo que compone nuestro ser. Pero si queremos oír la voz del Espíritu Santo, será a través de la Escritura, pues ella es producto de su inspiración y contiene los designios y decreto de Dios.
Nuestra forma de vivir es diferente a la de este mundo, porque nuestra ciudad es el cielo. De la misma manera nuestra forma de vivir hace visible si somos de aquí o de arriba. Por lo tanto, los que viven de acuerdo al criterio de este mundo no tienen al Dios Creador y Sustentador como Padre, sino al diablo, quien es el señor de este siglo.