Nuestra vida necesita de Dios y debemos buscar su presencia en una relación cercana, constante y creciente. La intimidad con Dios no puede negociarse por nada, no hay otra actividad tan elemental y fundamental como esta.
Por lo general muchas personas, tienen pocas oportunidades para orar y estudiar la Biblia, para congregarse y consagrarse a Dios, y para estar dedicados a una vida devocional, cultica y de servicio en alguna congregación. En fin, para muchos la comunión con Dios tiene poca importancia, ante una agenda cotidiana “muy importante y demandante”.
Sin lugar a dudas, la comunión íntima con Dios, en lo personal, en lo familiar y en lo comunitario es necesaria, porque nuestra vida necesita de su Creador. Se trata de dejar a un lado los muchos quehaceres, para ocuparnos de nuestro ser. Aun las muchas labores como siervos de Dios, deben ser suplidas por un tiempo asolas con Dios, porque nuestra vida necesita despejar dudas, reponerse del agotamiento y saciarse en todas las necesidades con la llenura de Dios.
Nuestra vida siempre clamará por la presencia de Dios, por eso debemos aprender a escuchar ese clamor. Para lograr esto, hay que salirse un poco del bullicio cotidiano, tener control de las muchas actividades y compromisos que nos dejan exhaustos, porque si no le prestamos atención a nuestras necesidades espirituales, terminaremos desmayados por tanto agotamiento, debilitados, desgastados y por lo mismo vulnerables ante el tentador.
Nuestro señor Jesucristo, en varias ocasiones, especialmente cuando había llevado a cabo alguna actividad extraordinaria o cuando se enfrentaba a duros problemas, se apartaba, dejándolo todo y a todos, para estar asolas con su Padre. En esa soledad con su Padre buscaba la fortaleza y reafirmar en su corazón la voluntad celestial, para proseguir fielmente en la misión que había recibido.
Se cuenta que un padre de familia leía tranquilamente su periódico, cuando de pronto su hijo pequeño entró en la habitación y se sentó en el suelo, cerca de su padre. El, extrañado y pensando que algo ocurría al niño le preguntó ¿Qué quieres hijo? La respuesta fue inesperada: “nada, papi, solo quiero estar junto a ti.”
Es seguro que si con frecuencia pudiéramos disponer del tiempo necesario para estar en comunión con Dios nuestra vida sería mejor, ya que esa inyección de fortaleza que recibiríamos de nuestra intimidad con nuestro Padre Celestial nos ayudaría a enfrentar las duras luchas cotidianas, y seriamos más eficaces en nuestros roles que la vida nos demanda, como el ser esposos, padres, hijos y así en todas nuestras ocupaciones diarias.
Busquemos pues la presencia de Dios para ser saciados del Él, porque por mucho que hagamos, si no damos lugar a Dios en nuestras vidas, nada de ello logrará que andemos en victorias, ni con una calidad de vida que honre a Dios, porque el pecado siempre está a un paso y satanás pendiente de un descuido, para hacernos caer en sus artimañas y destrozar así nuestras vidas y todo lo que con tanto esmero pudiéramos estar haciendo. ¡Animo en este día maravilloso! Y a buscar la llenura de Dios.