Las obras de nuestra fe no son para ser salvos, sino porque ya somos salvos. Serviremos a Dios para complacerlo y no para que nos dé, sino en agradecimiento por lo que ya nos ha dado.
No merecemos ningún crédito por nuestra salvación, porque aun el creer es por la fe que nos fue incluida en la salvación que Dios nos dio como regalo.
Tal vez algunos en este punto creen que el esfuerzo humano es necesario. Realmente el esfuerzo humano si es necesario, pero no para lograr la salvación, si no para actuar en agradecimiento, por la gracia inmerecida que hemos recibido de Dios.
Para que la salvación pudiera ser crédito nuestro, antes tendríamos que ser capaces de cumplir con todas las demandas de la ley, y de la justicia divina, pero tal cosa es imposible. Jesucristo fue el único que pudo complacer al Padre con su vida santa y por su perfecta obediencia.
La naturaleza humana de Cristo fue santa, como santo fue el proceso de encarnación por la obra del Espíritu Santo. Fue así, como cada obra de Cristo fue al agrado del Padre, y todo lo hizo para nuestro beneficio, por lo que ahora, por la fe en Cristo recibimos de manera gratuita la salvación, y además, somos impulsados a glorificar a Cristo y a servirle en gratitud.
El que realmente entiende que la salvación para nosotros es gratuidad, lejos de querer servir al pecado, sentirá anhelo para santificares para la gloria de Dios. Y al saber que su esperanza de salvación no descansa en sus obras, porque estas jamás serán suficientes, hará su mayor esfuerzo para dar lo mejor a Dios, pero siempre en gratitud por lo que ya recibió. Es decir, servimos a Dios no para ser salvos, sino porque ya somos salvos.