
Los hijos de Dios gozan su amparo, más los que lo niegan, se revelan contar Él, deshonran su nombre y desprecian su gracia, serán juzgados severamente, y quedarán olvidados para siempre lejos de Dios.
“Amar a Dios significa estar entregados a Él, siempre pendientes de su voluntad, y nuestra pasión más grande es adorarlo. En esta condición de adoración y obediencia, nuestra fe crece y nos hace capaz de confiar en Él, para pedirle el perdón por su amor y misericordia, y para clamar por su ayuda en cualquier tiempo.”
Esta promesa no exime a los creyentes de los padecimientos,
más bien se refiere, a que ninguna adversidad podrá destruir la fe, el gozo, la paz y la esperanza de los hijos de Dios. Por el contrario, la intervención adecuada de Dios hará que todas las adversidades coadyuven para reafirmar la fe, porque ese tiempo es el adecuado para confiar en Dios, ya que Él es único que puede fortalecernos, para no darnos por vencidos hasta desmayar.
En cambio, los malvados, aunque ahora muchos aparentemente prosperan por su astucia, trampas y mentiras, estos no lo lograrán siempre, porque al final Dios les tiene reservado un juicio severo, y de todo lo que aquí lograron de manera mal habida nada les quedará y tampoco se llevarán nada. Sin embargo, los hijos de Dios padecemos ahora, pero Dios nos ayuda a superarlo, y también nos tiene reservada la gloria que le dará a los que son fieles en cualquier tiempo y en cualquier situación.