Nuestros mejores tiempos no son en los que nunca nos encontramos adversidades, sino en los que estamos fortalecidos y en los que vivimos con fidelidad ante los ojos de Dios, y siempre a su agrado.
Cuando nuestras fuerzas son las de Dios podemos avanzar en esta vida siempre con firmeza y animados, siempre gozosos
porque aunque en luchas, pero también en victorias. Es una realidad el hecho de estar bajo el asecho del maligno, quien espera un descuido nuestro para atacar, aguarda para el tiempo de nuestra vulnerabilidad, cuando naturalmente y como parte de esta vida estemos enfrenando alguna dificultad. Debemos ser conscientes de que hay tramos en la vida muy difíciles de transitar y que es ahí donde el fracaso puede sorprendemos, si nuestra suficiencia está en nuestras propias fuerzas y no en las de Dios.
De la misma manera, es menester no desviarnos ni a la derecha, ni a la izquierda, debemos cuidar guiarnos sólo por la verdad de Dios, que cada paso que demos, sea andando conforme a lo que es bueno y grato ante los ojos de Dios. Nunca debemos aventúranos a vivir conforme a nuestros propios deseos, sino conforme a los anhelos de Dios, porque eso es lo que hará que nuestra vida encuentre felicidad y la mejor satisfacción.
Tengamos presente, que todos nuestros tesoros sobre el porvenir nos darán mucha esperanza, porque como peregrinos de este mundo, aun en los mejores momentos no encontraremos aquí todo lo que nuestro Dios nos ofrece para mañana. Por esto siempre debemos estar animados a vivir cada momento dependiendo de Dios, a su agrado y gozosos en las pruebas de aquí, porque al final de la travesía gloriosa será nuestra llegada. Que aquí nuestra fuerza sean las de Dios, y que nuestro camino sea su propia senda.