No se puede ser un buen discípulo, si no hay una negación total de la vida antigua, de las cosas que nos estorban y de los deseos carnales temporales y pecaminosos. Pero también, al tomar la cruz somos conscientes de nuestros padecimientos por causa de Cristo y de su reino.
La renuncia y la negación de uno mismo son muy difíciles, pero por amor a Cristo y a su reino, debemos renunciar a la vida antigua para nacer de nuevo,
pero también, literalmente debemos renunciar a cualquier cosa que estorbe nuestra vida de discípulos. Los apóstoles literalmente tuvieron que dejar sus ocupaciones para seguir a Jesús.
La negación de uno mismo, no es perdernos valor, más bien es atar convencidos que nuestra fidelidad a Cristo debe enfocarnos en las cosas que son eternas, incluso, aquí mismo el gozo con Cristo es mejor que el de nuestros propios deleites carnales. Todo lo que implique deleite en la carne y que se opone a la vida de un discípulo de Cristo debe morir todo los días en nosotros, confiando en Cristo y con su fortaleza.
El ejemplo sobre esto nos lo mostró Cristo, pues el dejando de pensar en sus propias cosas, se negó a sí mismo y tomó la cruz por nosotros para salvarnos y asegúranos el gozo y la paz. Con la negación de Cristo y la renuncia a él mismo cambió el curso de nuestra vida, porque estando muertos, recibimos la vida eterna.
Hoy tenemos la invitación a la negación total, como muestra de nuestra preferencia sobre las cosas celestiales, porque sólo renunciando a los deleites temporales, podremos recibir las cosas eternas. El camino a la gloria eterna nos conduce indiscutiblemente a tomar la cruz y, a cargarla sin soltarla hasta el final.