Al nacer de nuevo en Cristo como hijos de Dios, también somos trasformados a la imagen de nuestro Padre celestial en un proceso que dura toda la vida.
Cristo murió y resucitó para salvarnos, y por eso nosotros vivimos para él.
Estar en Cristo significa pertenecer a su cuerpo, ser un miembro vivo de su cuerpo, porque es Cristo el que nos da la vida nueva, por eso es que vivimos por él y para él. Vivir para Cristo sólo es posible cuando hay un cambio radical de vida, y por lo mismo, todos nuestros propósitos cambian; ahora vivimos para la gloria de Dios enfocados en lo celestial y renunciando cada día a lo vano y pasajero de este mundo.
Al ser una nueva creación en Cristo cambiaron nuestras prioridades, ahora satanás tiene que seducirnos para ser atraídos por el mundo, porque nuestras más fuertes atracciones son las cosas en el reino de Dios y una vida justa que glorifique su santo nombre. Es así como somos conscientes de una constante transformación en Cristo, y la constante búsqueda de la fortaleza de Dios a través de la oración, de lo contrario no podrá ser posible el despojo del viejo hombre.
No sólo queda atrás el modo de vida que teníamos antes de conocer a Cristo, sino que también nuestra condición de vida cambia, ya que la miseria y la vida triste, se cambió por una vida de abundantes bendiciones y de gozo. Al nacer de nuevo, nacimos como hijos de Dios, por lo tanto, siempre estaremos gozando la paternidad de Dios, su provisión y su tierno amor nunca nos faltarán. Es por esto que la búsqueda del cambio cada día no es una carga, sino más bien, es irnos liberando de aquello que nos mantenía en la tristeza y en el dolor.