
No buscamos la gloria de este mundo porque la nuestra está en el cielo, tampoco rendimos gloria a nadie que no sea Dios porque sólo él es nuestro salvador.
“Ante la oferta del gozo temporal debe haber desprecio en nuestro corazón, y ante las tribulaciones que igualmente son temporales permanecemos firmes, porque en nada se comparan con lo grande de la gloria celestial.”
Debemos reconocer que nuestra patria está en los cielos, que pertenecemos a la ciudad de Dios. Esto hace que nuestra vida tenga mucha seguridad y grandiosa esperanza, ante los peligros y la pobreza que muchas veces sufren los cristianos, por la injusticia y la maldad de la humanidad. Incluso, por eso, todos nosotros tenemos la esperanza que Dios nos hará justicia y que nunca más volveremos a tener necesidad, ya que un día Dios nos saciará por completo cuando estemos viviendo con él por la eternidad en nuestra ciudad celestial.
En nuestra patria celestial lo injusto, inmundo, ni nada pecaminoso tendrá lugar, es por esto que no debemos renunciar a nuestra fidelidad a Dios aquí a pesar de las tribulaciones, pues un día cesará el dolor, pero también, debemos consagrarnos a él, debemos vivir como es digno de quién morará eternamente con Dios. No debemos dejarnos llevar por el gozo que este mundo nos ofrece, porque en nada se parece al gozo pleno de nuestra ciudad divina, allá el gozo será total y para siempre, todo lo que aquí satanás usa para tratar de engañarnos es falso y pasajero.
Nuestro registro ciudadano está en los cielos y el que nos gobierna es Cristo el victorioso que sujetó todo dominio del mal, y todos los poderes de la tierra y del cielo están bajo su autoridad. Tengamos en cuenta que nada nos robará aquí la seguridad que Dios puede darnos, pues es Señor del cielo y de la tierra, pero esto también demanda nuestra adoración y sometimiento sincero. No nos aferramos a ninguna promesa mundana, ni debemos someternos a ningún gobierno terrenal que actué contra Dios, porque aun ellos también le deben honor.
Por esto mismo, debemos estar actuando con toda diligencia y responsabilidad para prepararnos para aquel día, el cual comenzará con la manifestación de la segunda venida de Cristo, y para ese momento debemos estar sirviendo, adorando y consagrándonos siempre, creciendo en su gracia, de tal manera que nos halle como él espera encontrarnos; teniendo como prioridad sólo su gloria, tanto la que debemos dar, como también la que él nos tiene prometida.