Esta tribulación es leve y pasajera más la gloria de Dios es eterna

Dios permite las aflicciones, porque a través de ella nos muestra su gloria. Cuando Dios actúa para fortalecernos, para acompañarnos y para consolarnos, con ello nos da la victoria, pero además, nos da certeza de la gloria que hay reservada para sus hijos en la manifestación de la gloria de Cristo en su segunda venida a la tierra.

«La gloria que Dios nos ofrece no es algo que nosotros  vayamos a ganar por estar firmes ante las aflicciones, la gloria es un regalo, resultado de la victoria de Cristo sobre el mal, porque además, sería imposible triunfar sobre el mal sin la manifestación de Dios en nuestras vidas.»

No se trata de minimizar las dificultades, mucho menos el peligro que enfrentamos todos los días,

y más ahora que hay muchas enfermedades y que la maldad ha aumentado en gran manera. Sin embargo, tampoco se trata de que nuestra fe se paralice, al contrario, es cuando la fe que es viva y que se muestra por las obras, debe actuar para que estemos llenos de esperanza y sirviendo a Dios, sabiendo que todo lo que hagamos no es en vano, será recompensado, glorifica a Dios y que será usado en los planes y propósitos divinos.

La iglesia no debe detener su marcha por las aflicciones, porque todas son soportables, pasajeras, y porque mediante ellas es reafirmada la esperanza de la gloria de Dios en nuestras vidas, para ahora y para el futuro. Dicha gloria significa en sí  misma la ausencia del sufrimiento, por eso el creyente no debe buscar en el sufrimiento actual la respuesta de su dolor, sino en Dios y en lo que ha prometido, porque solo ahí encontraremos la certeza de que ahora todo es momentáneo y nos es conveniente no prestarle atención a los padecimientos para renegar de Dios.

Los sufrimientos aquí son por un corto tiempo, más la gloria de Dios es eterna, tales aflicciones no podrán causarnos daño al grado de perder la vida eterna, incluso, ni la misma muerte puede dañarnos, sólo puede causarnos llanto y luto, puede sembrar en nosotros la tristeza, pero que a la vez, es quitada de nuestro camino para siempre, porque un día los muertos en Cristo resucitarán y jamás volverán a morir. Cristo es la vida y la resurrección, todo el que el él cree volverá a vivir.

Cuando Cristo voluntariamente se entregó a las tribulaciones de este mundo por nuestros pecados, no consideró el dolor como para renunciar a su obra, se mantuvo firme hasta el final, hasta consumarlo todo. Así hoy nosotros, no debemos considerar al dolor para responder a Dios con reclamos y murmuraciones, no debemos darnos por vencidos y desinteresarnos de la comunión con Dios, del servicio y de la adoración, porque si participamos de los sufrimientos de Cristo también participaremos de su gloria que es eterna.

Compartir