La oración es evidencia y consecuencia de nuestra dedicación a Dios

La práctica de la oración debe ser la manifestación de nuestra dependencia, confianza, obediencia y lealtad a Dios. Cuando oramos reconocemos el lugar que Dios debe ocupar en nuestra vida.

“Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes. Entonces se juntaron aquellos hombres, y hallaron a Daniel orando y rogando en presencia de su Dios.” Daniel 6:10-11 RVR1960

A menudo nos enfrentamos a muchas pruebas, nuestra fe en Dios es desafiada, pero una actitud fiel y leal a Dios es lo que precisamente nos liberará de las situaciones adversas, pues tal vez ya hemos experimentado el actuar de Dios como consecuencia de una oración genuina. Así que, a nadie más podemos darle lo que es de Dios, y nadie más puede darnos lo que solo Dios es capaz, por eso debemos orar confiando únicamente en Dios, quien nos librará de la adversidad que él quiera y nos hará pasar por las pruebas que él considere, pero siempre con el propósito de hacernos sentir su poder y su amor.

No hay cosa más segura que poner nuestra vida en las manos de Dios, no hay mejor inversión de nuestro tiempo y de nuestra vida como el ocuparnos en la oración. Orar al Dios que todo lo puede y todo lo tiene es necesario en nuestra vida, y por lo mismo debemos tomar la actitud de humildad delante de él, depender solo de su provisión, ya que él es la única fuente del bien para nuestra vida, y por esto mismo, orar es también agradecer. Por lo tanto, el que no ora no es agradecido y seguramente su vida también estará vacía espiritualmente y en algunos caso en lo material.

Nada puede cambiar nuestra actitud correcta ante Dios, por nada debemos negociar nuestra comunión con él, más bien, debemos procurar en cada día ser más dedicados a él. El mundo y su sistema no deben condicionar la forma en la que tenemos que comportarnos delante de Dios, porque el mundo no puede darnos la paz, el gozo, la salvación y la vida eterna que sólo Dios puede ministrarnos.

Nada en esta vida debe ser más importante que nuestro Dios, y a nada debemos dedicarle más tiempo como a nuestra comunión con él, porque en verdad, debemos ocuparnos en nuestra salvación con temor y temblor y debemos ser esforzados en la gracia de nuestro Señor Jesucristo. Hagamos de la oración en el nombre de Cristo un recurso indispensable para estar en una relación estrecha con Dios.

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