Toda la ley tiene un alto valor, Dios dio la ley para frenar el pecado, para hacerle entender al ser humano su condición depravada, pero a la vez, la ley resulta para nosotros imposible de guardarla, porque, aunque la ley tiene como promesa la vida para quien la cumpla, la ley no nos capacita espiritualmente, no rompe las ataduras que nos atan al pecado y que nos sujetan a satanás. Por lo tanto, no debemos hacer alarde sobre nuestra obediencia a la ley y fidelidad a Dios por nuestras propias obras y Justicia.
«Al no poder cumplir con la ley sufrimos la maldición del pecado, porque el pecado es la transgresión a la ley de Dios, y la maldición es la muerte como castigo. Por esta condición de vida es que necesitamos un rescate espiritual, porque, aunque dispongamos en el corazón con sinceridad esforzarnos para corresponder a las exigencias de Dios, y aunque cumplamos con la mayoría de sus normas, aun así, nos encontraremos deudores ante Dios y por lo mismo merecedores de la muerte eterna.»
Debemos declararnos imposibilitados espiritualmente ante Dios, por lo cual, también debemos aceptar el ofrecimiento que nos hace de Cristo como nuestro salvador, pues con la ley Dios hace que fluya el pecado en nosotros, nos revela nuestra terrible situación, pero también nos señala a Cristo como el único que nos puede liberar, porque sólo el es el redentor, nadie más está en la condición de hacerlo y es al único que Dios ha designado y nos lo ha dado para que lo aceptemos con la fe y confiemos en sus méritos logrados en la cruz con su muerte y derramamiento de sangre.
No debemos confiar en las obras de nuestra obediencia a la ley, porque eso no nos alcanza para agradar a Dios, ni con una oración religiosa podemos ser perdonados, ni nos es quitada la culpa. La única condición para ser perdonados es creyendo en Cristo, confiando en su perfecta obediencia a la ley, y en su sacrificio como pago por nuestros pecados. La salvación y la vida eterna nos llega por la obediencia de Cristo, por su sacrificio sustituto, porque sólo el pudo agradar a Dios y cumplir con las demandas de la ley.