¡Qué terrible cosa es cambiar o hacer caso omiso de los ordenamientos de nuestro Dios! No importa lo que pensemos; no importa que tan buenas sean nuestras intenciones. Sus ordenes son ÓRDENES Y SU NO, es NO.
Felisa era una viuda, que acostumbraba adquirir cuanta estampa o cuadro religioso le ofrecían. Su hija única se casó con un joven cristiano quien, con la ayuda del Espíritu Santo, llevó a ambas al conocimiento del Evangelio. Naturalmente lo primero que hizo Felisa fue deshacerse de todas las imágenes, pero conservó una bella escultura que representaba a Jesús sangriento y dolorido, sobre la cruz. No quiso deshacerse de ella, porque la consideró una obra de arte.Falleció a los pocos años su yerno, su hija y su pequeño hijo fueron a vivir con ella. Las dos mujeres pusieron un negocio que las obligaba a ausentarse de la casa la mayor parte del día y el niño quedó a cargo de un sirvienta fiel y honrada, pero muy apegada al catolicismo. El nieto de Felisa empezó a hacerse muy tímido y algo huraño. En el templo nunca quiso asistir a las clases de Escuela Dominical, sino que permanecía con su madre y su abuela, sin participar tampoco en las actividades de los demás jovencitos.Pasaron así los años y al terminar su preparatoria les dio una gran sorpresa: Había decidido ingresar a un seminario católico para hacerse sacerdote. No hubo súplicas, ni lágrimas que lo hicieran cambiar de idea. Cuando salió para internarse en el seminario pidió a su abuela que le obsequiara la estatua, porque dijo “Desde niño había adorado al Jesús sangriento y había sentido que lo llamaba para su servicio”.¡Tristes lecciones! Felisa perdió a su nieto por no haber recordado que el Señor dijo claramente: “NO TE HARÁS IMAGEN NI NINGUNA SEMEJANZA…” (Éxodo 20:4-5). En realidad, lo que nuestra vida necesita siempre es a Cristo, y debemos confesarlo como nuestro Cristo, y siempre debemos estar profundizando en él. Fuera de Cristo no podemos lograr la verdadera libertad; esa libertad que rompe las ataduras del pecado, nos libera del poder de satanás para estar en comunión con Dios, en una relación espiritual, sin la necesidad de alguna imagen de por medio, porque Cristo es suficiente y por lo mismo necesario. Mediante la fe disfrutemos a Cristo para disfrutar las bendiciones de Dios y del Espíritu Santo en una unión eterna por medio de Cristo y con Cristo.