
Nuestro cuerpo es importante, pero no es lo más importante, porque este cuerpo se desgasta naturalmente y tenemos la esperanza de la resurrección y de la transformación final. Por esto mismo, hay que estar dispuestos a padecer en lo físico por la verdad del evangelio, hay que renunciar a nuestro propio yo para poder seguir las pisadas de Cristo en su plan y en su propósito.
«Nuestro enfoque en este mundo no debe ser en lo material y en la satisfacción física como lo más fundamental, por el contrario, debemos pensar en el alma, el alma necesita la gracia del perdón, la verdadera satisfacción espiritual y la comunión permanente con Dios. Después de la muerte física el alma continúa viva y por eso mismo si el alma está separada de Dios por causa del pecado esta será atormentada bajo castigo eterno.»
No tengamos miedo por lo que le pueda ocurrir al cuerpo en este mundo, ciertamente hay que ser responsables y prudentes, pero esto no nos exime de la realidad de estar dispuestos a ser mártires como testigos de Cristo. Pero también debemos tener la seguridad de que Dios cuida tanto nuestro cuerpo como nuestra alma, debemos vivir confiados que si estamos viviendo el plan de Dios y el propósito que tiene para nuestras vidas nos irá bien, aunque físicamente se tenga que padecer.Al final los incrédulos y por lo mismo los infieles serán atormentados por siempre en cuerpo y alma en el infierno. Los que creemos en Cristo somos los únicos libres de toda condenación y castigo, porque Cristo ya sufrió la condenación por nuestros pecados, nos ha liberado del pecado y nos da la victoria sobre satanás y ahora nos permite estar unidos con Dios gozando de él. Así que, en la vida diaria vivamos para la gloria de Dios, no renunciemos a la verdad, aunque nuestro cuerpo sea afligido por este mundo que se opone a Dios y a sus hijos. Recordemos que el que aquí considera su cuerpo como lo más importante, su alma padecerá por siempre.