Nuestra vida necesita tranquilidad, pero no podemos estar en calma si no confiamos en Dios. La confianza es fruto de la fe y la fe llega por la palabra del evangelio y por la obra del Espíritu Santo. La fe nos da la seguridad de quien es Dios y de que él nos ofrece siempre lo mejor, ya que nuestra salvación es la manifestación de su amor a través de Cristo, quien sin que lo mereciéramos dio su vida para salvarnos. Si en todo ponemos la esperanza en Dios gozaremos de dulce calma en las penalidades de este mundo.
«Tengamos la fe para creer que en cualquier momento Dios nos brinda su ayuda y que de manera activa vela por nosotros, esperando el ejercicio de nuestra fe creyendo que todo estará bien. De ninguna manera nos respaldemos en las cosas de este mundo, ni en nosotros, porque sin el amparo de Dios es imposible que podamos superar las dificultades y al maligno que nos acecha. No hay lugar en este mundo en donde tengamos refugio seguro, es solo en la presencia misericordiosa de Dios.»
No nos revelemos contra Dios ni nos alejemos murmurando de él pensando que nos ha dejado o que ha fallado, recordemos que las cosas difíciles que ocurren están reguladas por él para que las podamos soportar y están dirigidas conforme a un plan y propósito. Los pesares de este tiempo sirven para que pase frente a nuestros ojos la veracidad de Dios y su fidelidad. Dios no quiere que nos alejemos de él, porque tiene como plan que nuestra fe esté desarrollándose para que podamos experimentar y disfrutar más la comunión con él.No nos decepcionemos ni nos desanimemos ya que todo lo que tenemos lo recibimos por el amor de Dios, que somos salvos eternamente y que nos brinda la firmeza para ser inamovibles para superar las tempestades de la vida. Por el solo hecho de que Dios no cambia y que su misericordia no se agota, podemos esperar lo mejor de él. Movámonos hacia adelante aferrados a la misericordia de Dios, por la que siempre nos amará y nos mantendrá a salvo espiritualmente aun en medio de los grandes problemas de la vida.