La presencia de Cristo en nosotros es vida nueva, él es el que nos hace morir para no vivir más en pecado, esclavos de satanás y bajo la ira de Dios. Con Cristo tenemos una nueva identidad, un nuevo propósito y una meta diferente. Debemos anhelar ser como Cristo, porque él es para nosotros la imagen de Dios que perdimos por el pecado, es la mente y el corazón de Dios, lo cual le urge a nuestra vida. Es así como por Cristo somos aceptados por Dios y podemos agradarle.
Cuando nos identificamos con la muerte de Cristo nuestro viejo hombre muere cada día, esto también es la renuncia a nuestro propio yo para que Cristo sea exaltado en nuestras vidas, para que vivamos conforme a Su Palabra y para su gloria. También hay que estar dispuestos a padecer por lealtad y fidelidad a Cristo, porque si participamos de sus padecimientos, también participaremos de su resurrección y de su gloria eterna, porque cuando él padeció por nosotros resucitó gloriosamente.