
No estamos solos, porque el Espíritu Santo nos acompañará hasta el día en que Cristo venga, nos consolará cuando seamos atribulados, y nos orientará siempre con la verdad de Dios aplicándola y haciéndola viva en nuestras vidas, pero debemos obedecer como buenos discípulos para que su manifestación en nuestra vida sea gloriosa, y a la vez que por sus manifestaciones podamos obedecer mejor los mandamientos de Cristo.
El testimonio de un verdadero discípulo de Cristo es el amor, c
omo característica principal de su vida, es la manifestación de obedecer a su maestro, y es la esencia misma de su maestro en él. Jesús nos prometió al Espíritu Santo, por quien somos perfeccionados para amar, pero a medida que amamos somos más llenos de él, porque cuando andamos en el Espíritu Santo, sus frutos son abundantes y muy visibles ante todos y en todo.
La presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas es la bendición especial tanto del Padre celestial como del Hijo, porque mediante él tenemos consuelo, dirección y la iluminación necesaria para entender la voluntad de Dios revelada, la cual también por él nos es hecha eficaz y aplicada en nuestras vidas, con lo que también somos transformados, renovados y santificados.
Necesitamos la llenura del Espíritu Santo, porque por él somos vivificados, es decir fluye la vida para que nuestra fe esté activa, y así mantengamos nuestra atención en Cristo, amándolo, sirviéndole y obedeciendo sus mandamientos al relacionarnos con todos los demás, porque por el mismo Espíritu todos somos unidos al mismo cuerpo de Cristo y con el Padre celestial.
No podríamos corresponder a Dios como él lo espera si nos tenemos su Espíritu, tampoco podemos perseverar sin su poder, y ante las adversidades, no podríamos caminar con victoria y seguridad si el Espíritu Santo no fuera nuestro compañero fiel.