Sobre todas las cosas debe reinar el gozo, incluso en las peores circunstancias, porque Dios siempre está presente, actúa para sus propios planes, en los cuales nos incluye a nosotros como lo más importante. De hecho, desde el principio aprendemos que Dios nos puso a la cabeza de todo, siendo él nuestra máxima autoridad, pues es dueño de todo lo creado.
«Si la Biblia dice; Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: !Regocijaos! es porque no es fácil gozarse en Dios, y mucho menos en las circunstancias, más adversas.»
Mencionamos esto, porque incluso, aun en los buenos tiempos, en los triunfos, en los logros y cuando es tiempo de segar, el ser humano tiene a ser ingrato, no reconoce que todo es por el favor de Dios, en lugar de atribuir el bien de su vida a Dios, lo considera resultado de su propio esfuerzo, o simplemente no agradece.
Pero en verdad ¿podemos gozarnos cuando las cicatrices de nuestros pecados pasados nos recuerdan la cruda realidad que vivimos? ¿Podemos gozarnos cuando lo hemos perdido todo, cuando la enfermedad nos tiene tirados en una cama o cuando perdemos a un ser querido? ¿Hoy puede haber gozo en nuestra vida al ver la realidad sanitaria y económica del mundo?
En todo esto aprendemos que realmente las situaciones externas no determinan la condición de nuestro corazón ni de nuestra mente, pero que tampoco nos gozamos en las cosas que nos suceden, sean buenas o sean malas, nuestro gozo es en el Señor; “Regocijaos en el Señor siempre.” Nuestro gozo no es por la ausencia del mal, sino por la presencia de Dios, tampoco la presencia de cosas buenas nos dan el verdadero gozo cuando Dios está ausente de nuestra vida.
El gozo que hay en nuestra vida a pesar de cualquier circunstancia es por nuestra unión con Cristo, porque nos da la vida eterna y en nuestra vida fluye esa alegría que no puede ser extinguida por nada. Este gozo que hay en nuestra vida, no es el fruto de los sucesos exitosos en nuestra vida, más bien, es el fruto de la presencia del Espíritu Santo con el que somos llenos y sellados para la salvación.
La verdadera alegría de nuestra vida no es por los buenos momentos, los triunfos y la abundancia. Tampoco la tristeza nos embarga hasta destruirnos por nuestras pérdidas, fracasos, caídas, necesidad o por cualquier aflicción. Todo lo excelente, lo duradero, la verdadera felicidad, es por el actuar de Dios, porque en todo siempre está obrando para nuestro bien, así sean buenos tiempos, o tiempos muy difíciles.
Si Dios en la Biblia nos ordena gozarnos, es porque esta actitud y condición de vida puede ser cultivada a la medida que le conozcamos más y nos relacionemos con él, y para esto nos ha dejado todos los medios de su gracia. Cuando actuamos así, este gozo glorioso, indestructible y eterno, nos hará sentirnos dichos si incluso tenemos que morir, porque es así como podemos decir con toda alegría y confianza; “Porque para mí el morir es ganancia”.