La verdadera felicidad y el éxito de la vida no dependen de lo externo, sino de la condición de nuestro corazón, pero lo externo es maravilloso cuando ponemos en las manos de Dios nuestro corazón. Dios es el único que con su amor y misericordia puede implantar en nuestro corazón lo eterno y lo que en verdad nos hace feliz.
«Cristo se recibe en el corazón y él lo dispone para el bien, pues su presencia es el alivio para nuestra vida, es la vida eterna en nosotros. Dios nos pide el corazón porque del corazón emana la vida, ahí están los pensamientos, las intenciones, las acciones también tienen ahí su origen y hasta de lo que abunda en el corazón de eso habla la boca.»
Entreguemos a Dios con confianza nuestro corazón, él jamás le causará heridas, por el contrario, él curará sus heridas, lo restaurar y lo llenará de amor, para que con ese amor lo amemos, pues el todo en nuestra vida debe ser amar a Dios y a nuestro semejante. Sólo Dios puede hacer que nuestro corazón esté conforme a su corazón, y cuando logramos vivir así nos irá muy bien. Tomemos todo lo que Dios nos ha dado para que nuestro ser interior sea libre del mal, oremos a Dios para que nos ayude a controlar nuestros malos deseos, intenciones y acciones que tiene su raíz en el corazón. No hay otra forma de mirar la vida de manera correcta, y de andar por la senda correcta, sino hasta que nuestro corazón está en buenas condiciones, pues la ventana de nuestro corazón son los ojos, y las buenas decisiones son el resultado de un buen corazón. Cuando Dios trata con nuestro corazón, sus mandamientos serán nuestra guía, nuestra delicia, y Cristo nuestra vida eterna.