
Para muchos esta es una realidad muy dolorosa pues lo que rehúsan creer en Cristo no son liberados del pecado ni de la maldición, por eso quedan expuestos al dolor eterno como castigo. Esta condenación es la separación total y para siempre de la presencia de Dios. Así como nuestro buen Dios no se acuerda más de nuestros pecados confesados y perdonados, tampoco volverá a tener memoria de quienes rechazaron el ofrecimiento de la salvación en Cristo y por lo mismo no fueron inscritos en el libro de la vida.
«La angustia y la agonía al estar separados de Dios es imaginable, porque si estar separados ahora de Dios espiritualmente es doloroso y se sufre miseria interna, lo que representa la separación eterna es infernal. Hoy Dios nos llama para disfrutar a Cristo, la salvación y la vida eterna, para que estemos en una relación íntima y en una comunión permanente, disfrutando vivir cada momento y aún más en el futuro.»
El juicio de Dios será justo, no existirá la mínima posibilidad de salvarse si no somo creyentes verdaderos en Cristo, si no hemos recibido la potestad de ser hijos de Dios y si no nos encontramos en la lista de los que se arrepintieron de pecar y buscaron el perdón en Cristo. Así que, cada persona recibirá exactamente lo que le corresponde. Todos los que abrazamos por la fe a Cristo y las promesas de Dios entraremos al gozo eterno y los que prefirieron el gozo mundano y de la carne viviendo esclavos del pecado bajo el poder de satanás serán arrojados al castigo y a la tristeza para siempre.
Si el infierno es la separación entre Dios y el ser humano, la mayor esperanza del creyente es disfrutar plenamente la presencia de Dios, y esto comienza a vivirse ahora mismo y se hace más pleno cada día, pues esta es la bendición de creer en Cristo como nuestro salvador, ya que él es el que nos une al Padre celestial y nos permite por sus méritos en la cruz disfrutar la presencia espiritual de Dios.
Vengamos hoy a Cristo atendiendo pronto y diligentemente el llamado de Dios para que nuestros nombres sean registrados en el libro de la vida, para que seamos pertenencia de Dios, y nos libremos así de ser expulsados al castigo eterno en el día final.