
El amor a Dios, a nuestros hermanos en la fe, al prójimo, incluso a los enemigos debe ser característico del amor de Dios, es decir, amor puro y libre de hipocresía. Este es el tipo de amor que se entrega totalmente sin esperar nada a cambio y nace en lo íntimo del ser.
“El fin de este amor es evitar lo malo y practicar lo bueno, por estos es por lo que el objeto del amor es bendecido, así es como con amor debemos bendecir el nombre de Dios y debemos ser instrumentos de bendición para nuestro prójimo.”
Todas nuestra palabra y acciones manifiestan la calidad de nuestro amor, y por lo mismo la condición de nuestra vida, porque tal y como es nuestro interior así será la forma de nuestro vivir. La única manera de poseer el amor verdadero es a través de la presencia del Espíritu Santo quien nos hace sentir el amor de Cristo y a la vez hace efectivo este amor, pues es mediante Cristo que podemos ser salvos por amor sin merecerlo. Por eso hay que amar a todos sin acepción de personas y sin ver quién se merece o no nuestro amor.En nuestra vida diaria como respuesta al amor de Dios debemos compartir con todos la buena noticia de su amor, pero hay que tomar en cuenta que nuestras acciones malas no dejarán oír el buen mensaje, pero también nuestras buenas obras de amor les dan fuerzas a nuestras palabras. Incluso, puede que muchos se nieguen a escuchar el mensaje de Dios, pero lo que no podrán evitar es ver nuestra vida que es como un libro abierto en cuanto a nuestra relación con el mundo o con el evangelio.Aborrecer lo malo es la evidencia del poder del amor de Cristo que nos mueve internamente a hacer sólo lo bueno, y estas acciones serán reflejadas en nuestra comunión con Dios y con nuestro semejante.