Ser pobre en la antigüedad tenía tres acepciones, la primera significaba que ser pobre era ser asalariado, sin lujos, con lo básico para subsistir, la segunda es que, en su pobreza, no tenía ninguna influencia para ayudarse ni siquiera a sí mismo y la última, que significaba que no tenía absolutamente nada ni a nadie.
Esta última acepción es la que tiene Jesús en mente, cuando se refiere a que un cristiano es dichoso cuando considera que nada de lo que pudiera ser, o tener, es suficiente para ser parte del Reino. Nuestras capacidades y posesiones son insuficientes para agradar al Padre y recibirnos como sus hijos, es solo por la Gracia y la Misericordia que somos adoptados hijos suyos. Solo quien tiene todo en Dios es capaz de vivir como un auténtico ciudadano del Reino de los Cielos, en completo gozo y en absoluta suficiencia. Que vivamos en esa pobreza que nos hace ricos en Cristo. Que así sea.