Hay felicidad al ser perdonados por Dios

Una de las bendiciones más grandes es la de recibir el perdón de Dios, porque esto es lo que nos da la verdadera dicha y felicidad. Es que cuando se termina la enemistad con Dios se disfruta la paz como el resultado de nuestra reconciliación en Cristo, por quien somos justificados habiendo pagado él con su propia vida el precio por nuestro castigo. El deleite de la vida inicia cuando nos acercamos a Dios, porque sólo cerca de él podemos disfrutar y vivir para siempre, pues al ser libres del castigo eterno también recibimos por Cristo la vida eterna.

«La bendición de la salvación que recibimos por parte de Dios cuando nos acepta está asegurada, pero siempre debemos ser consientes que nuestra vida necesita permanentemente de la gracia de Cristo, ya que ciertamente somos perdonados, pero la santificación y la perfección duran toda la vida. Esto no es una mala noticia o una carga que nos incomode, pues forma parte de nuestra comunión y devoción diaria con Dios, en donde el gozo y la satisfacción se hacen presentes.»

Hoy debemos dirigir nuestras vidas con la palabra de Dios, hay que ser sensibles a la presencia del Espíritu Santo, para que de esta manera vivimos en la senda correcta y siempre siendo corregidos en nuestros errores y caídas. La gran esperanza que tenemos es la del pronto perdón cuando nuestra confesión es genuina.  Esta esperanza no nos motiva a pecar, sino a consagrarnos y apartarnos de el mal, porque el que tiene la convicción de quién es Dios sabe de su amor y justicia, pero, además, la convicción sobre el pecado y la necesidad del arrepentimiento es obra de la gracia divina, y es la gracia divina la que nos une a Dios para gozar de él.No retrasemos ponernos a cuentas con Dios, oremos en confesión y en arrepentimiento en el nombre de Cristo, porque todo pecado no se olvida o se borra con el tiempo, sino que hace más daño. Si estamos en declive espiritual, si sentimos mucha tristeza por nuestras equivocaciones busquemos el gozo del perdón, anhelemos la presencia de Dios, en lugar de huir y pretender escondernos porque no podemos escondernos de Dios, ni podemos engañarlo sobre nuestra condición espiritual.

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