Dios recibe y bendice todo lo que sale de un corazón obediente

La práctica religiosa sin fe, amor y obediencia es hueca. Debemos estar convencidos quién es Dios, porque todo aquel que se acerca al Dios Creador del universo, al que planeó y llevó a cabo nuestra salvación en Cristo, debe creer que es su Dios, de lo contrario, todo lo que haga no tendrá ningún efecto de bendición espiritual. Lo que realmente glorifica a Dios y, a nosotros nos edifica, inicia con nuestro arrepentimiento y confesión, es decir, un corazón sincero es el que reconoce su imperfección, la necesidad de Dios y, a este es el que Dios recibe y perfecciona.

“Y Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros.” 1 Samuel 15:22

Cuando nos rendimos a Dios buscando su gracia, nuestra vida se convierte en una fuente de gratitud, y por lo mismo, fluirá de nuestro corazón la alabanza y la disposición para servir. El que es impactado con la gracia que perdona y restaura, es porque por el poder del Espíritu Santo lo ha tocado y lo mueve hacia Dios para buscar todo lo que necesita, pero también, para ofrecerle a Dios todo lo que le corresponde. Sólo de esta manera es que nos convertimos en verdaderos adoradores espirituales, y no sólo en practicantes de ritos religiosos sin el conocimiento y sin la experiencia con el Dios verdadero.

Es sumamente importante ser consientes y consistente en someter nuestra voluntad a Dios, porque nuestra vida debe sujetarse a su palabra y mediante ella debemos guiar nuestros pasos todos los días de nuestras vidas. El corazón obediente y que adora a Dios honestamente es el que se deleita en lo que Dios determina como regla y norma de conducta, de tal manera, que este corazón es el que siempre busca en la sangre de Cristo el perdón de pecados y la reconciliación con Dios, presta atención al llamado a la consagración y a la dedicación fiel a Dios.

Cristo se ofreció como sacrificio para salvarnos, y ahora nosotros por la fe nos entregamos a Dios completamente a través de él. Nuestra total disposición a Dios no es agobiante en la vida, porque todo acto de fe y de corazón es bendecido con bendiciones eternas y cotidianas, por eso es por lo que, los que creemos en Cristo tenemos la seguridad de nuestra salvación, y andamos en gozo, seguros que Dios ve siempre por nosotros.

Cuando le damos a Dios lo mejor recibimos una mejor condición de vida, porque al hacer todo para su gloria, también el hará grandes cosas en nuestras vidas y con nuestras vidas. Que nunca dejemos de rendir nuestro corazón en obediencia, adoración y servicio a nuestro buen Dios.

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