Clamemos a Cristo y proclamémoslo Señor de nuestras vidas

Dios nos trae a la salvación a través del evangelio y nos trae la salvación a través del evangelio. Es por medio del mismo evangelio que Dios lleva la salvación a todos sin distinción de personas, por eso, el que recibe el evangelio acepta que Cristo es el Señor salvador, y puede confesar con su boca lo que afirma por la fe en su corazón. Cuando tenemos esta seguridad es cuando podemos invocar a Cristo para recibir todas las bendiciones de su muerte en la cruz.

“Somos libres del poder destructor de satanás al invocar a Cristo, porque al creer que Cristo es el Señor de nuestras vidas hemos entendido y creído evangelio; “que Cristo derroto el poder de satanás, destruyó su obra en el mundo y nos hace libres de su poder cuando lo aceptamos en la vida”, pues Cristo venció a satanás muriendo por nosotros, así ya no somos más dominados por el pecado, porque estábamos bajo el poder del maligno pecando contra Dios. Por lo tanto, cuando somos perdonados por Cristo y nos es quita la culpa satanás ya no tiene como acusarnos ni sujetarnos.”

Dios ha revelado a través de Cristo su paciencia, bondad y misericordia. Por esto es por lo que, al aceptar a Cristo en nuestras vidas Dios nos perdona, derrama sus bondades todos los días y nos salva eternamente. Pero por la fe, siempre tenemos que aferrarnos a Cristo e invocar su nombre, clamar para que se haga presente, centrar nuestra vida en él y depender totalmente de sus méritos, porque todos nuestros problemas espirituales fundamentales él los ha resulto en la cruz.

Al acercarnos a Dios por medio de Cristo, debemos hacerlo con humildad y gratitud. Y también, debemos recibir con agradecimiento todas las cosas, ya que sin el grande amor de Dios nuestra salvación no seria tal. Si hoy podemos clamar a Cristo y proclamarlo Señor, es porque cumplió con nuestra redención al ser enviado por Dios para derramar su sangre y morir, y también Dios nos da ha dado a conocer su obra con el evangelio, y si recibimos el evangelio es por la fe que Dios mismo nos implanta.

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