Recibimos el reino de Dios como una pertenencia que nos es dada por gracia para disfrutarlo ahora y mayormente en la vida venidera. Al ser parte de este reino quedamos bajo el amparo de nuestro Gran Rey, el cual derrotó el reino de las tinieblas de satanás y nos afirma en él para ser vencedores. En nuestra vida diaria debe reflejarse el gozo por las riquezas de este reino, pero también la obediencia ante nuestro Rey, porque todo el que recibe el reino de Cristo, lo recibe con humildad, sujeción voluntaria y reverente ante Dios.
«Cuando de manera espiritual recibimos y vivimos el reino de Cristo en nuestros corazones, es porque de manera espiritual le sedemos toda voluntad y tomamos sus demandas como la regla para toda la vida. Donde está presente la autoridad de Cristo y su poder, también están presentes todas las promesas de su reino y no hay lugar para la miseria, ni para la presencia destructora de satanás.»
En este reino que se manifiesta aquí y ahora, poseemos autoridad sombre el mal cuando dependemos de Cristo, pero también servimos bajo la autoridad de Cristo, ya que al ser ciudadanos de este reino adquirimos autoridad, bendiciones y obligaciones. Jamás el mal prevalecerá en este reino, porque Cristo venció a las huestes de maldad de este mundo, y al final satanás y sus demonios serán condenados por la eternidad. El reino de Cristo es firme y eterno, por esto es por lo que sólo con Cristo podemos tener las mejores posesiones que no se destruyen por el mal, ni se diluyen con el tiempo.Nuestra vida debemos vivirla permanentemente para la gloria de Dios, por gratitud al recibir sus riquezas. Hay que renunciar a este sistema de vida mundano que se opone a Dios, porque, aunque ofrece deleite todo es temporal. Nuestra consagración y fidelidad deben ser para Dios, porque nuestra ciudadanía no está en este mundo, y porque Dios nos ha dado lo mejor, más el mundo lo peor. Adoremos a Dios con todo el corazón y dispongamos nuestra vida para que en este mundo seamos sus siervos, quienes usados poderosamente extendamos el reino de Cristo en todas partes. Procuremos que siempre nuestra vida esté sujeta a Cristo disfrutándolo y sirviéndole hasta la consumación plena de su reino.