Cristo es Dios y siempre fue Dios, por ello, aun cuando se encarnó no dejo de ser Dios, sin embargo, la condición de vida que tomó le hizo pasar la vergüenza de nuestro pecado y sufrió el dolor por el castigo de nuestros pecados. La acción de Cristo en la cruz mostró el gran amor de su corazón para hacernos el mayor bien. Cristo por nosotros no se aferró a la posibilidad de estar sin ninguna humillación, no evitó el mal trato, puso sobre si nuestras maldades y cargó con nuestra maldición.
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” Filipenses 2:5-8
Jesús se negó así mismo por nosotros, su humillación fue voluntaria, nadie lo sujetó al calvario, sino que él mismo quiso está ahí por nosotros. La misma actitud de Cristo por el bien de los demás debe imperar en nuestros corazones como parte de la manifestación y resultados de su gracia en la vida. Buscar el bienestar para otros no es descuidarse, porque Dios siempre querrá ocuparse de los que deciden compasivamente ayudar a los que necesitan.Al aceptar la obra que Cristo hizo en su humanidad recibimos la salvación, y cuando tomamos su ejemplo de vida podemos crecer, ya que, precisamente, a la manera de Dios crecemos en la vida cuando pensamos en los demás. Cristo renunció a la condición más favorable para favorecernos, se hizo pobre para enriquecernos y murió para que tengamos vida. Cristo fue un siervo sufriente para hacer la voluntad de Dios, la cual consistía en lograr nuestra salvación, y no importando lo que esto implicara, en cuanto a su sufrimiento aceptó la muerte de cruz. Apropiémonos por la fe todas las bendiciones de la cruz y tengamos el mismo sentir de Jesús en humildad y en bondad para hacer el bien a todos.