
Atesorar las cosas de este mundo nos hace vivir para el mundo y nos impide estar centrado en lo eterno. La única manera de lograr los bienes celestiales es por medio de Cristo. Esto significa que no importa cuantas cosas logremos en este mundo, porque esas cosas no son suficientes ni eternas, y que la verdadera posesión y que nos asegura buena vida ahora y después Dios las concede no por logros nuestros, sino porque son recibidas por medio de la fe.
“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.” Mateo 6:19-21
No es que lo bienes materiales en el mundo sean malos, lo malo tiene que ver con la manera en la que se obtienen las cosas, cómo se usan y el hecho de depender de ello. Además, uno hace mal cuando se vive solo para lo mundano, siendo indiferentes al propósito de Dios, de vivir en comunicación con él por medio de Cristo y consagrados para su gloria. Vivir para el mundo anhelando lo mundano es lo peor que podemos hacer, porque todo esto no trae bienestar a nuestra vida, no saldremos así de la condición de pobreza y de muerte espiritual.
La vida dedicada solo a lo físico en este mundo hace que vivamos afanados, estresados y cargados de anhelos malos, así también llega la frustración por las cosas que no se logran. El vacío por la ausencia de Dios y por las cosas celestiales no permite la felicidad ni el contentamiento, ni tampoco existirá la esperanza eterna y verdadera de la vida plena y gloriosa con Dios en la mansión celestial. Tomemos todas las cosas en esta vida como bendiciones de Dios, y que sea con su bendición que logremos todo, dispuestos a usar todo para su gloria.
Tener las cosas del mundo como lo más importante es porque se ama esto más que a Dios. Y como ya hemos dicho, esto hace que las personas se dediquen a buscar la gloria de este mundo y desprecian el ofrecimiento de la gloria de Dios. Dios no necesita de nosotros ni de nuestro amor, somos nosotros lo que necesitamos a Dios para estar contentos y por eso nos ofrece todas las riquezas celestiales y un lugar en su reino en donde la riqueza permanece para siempre y el gozo no termina, sino que se vuelve más grande. Seamos ricos con lo celestial por medio de Cristo, recibamos la salvación y la vida eterna.