
La consecuencia al negarse a aceptar a Cristo con la fe verdadera es la condenación. Todos los seres humanos quedamos condenados a causa del pecado, separados de Dios y dominados por el mal. En esta condición espiritual recibimos la buena noticia del evangelio; que Jesús es el Cristo, el hijo de Dios. Todo aquel que cree en Cristo queda libre de la condenación eterna y de la maldición, pues por medio de Cristo recibimos la vida.
«La negativa permanente de la humanidad para oponerse a Dios y para rechazar a Cristo muestra la dureza del corazón y el poder del pecado, pero a la vez esto permite ver la compasión de Dios por los que creen, porque todos los que reciben el evangelio son ayudados divinamente con la fe que se necesita, de lo contrario sería imposible que muchos se salvaran.»
Si la solución para el problema espiritual del ser humano es Cristo, y Dios tiene desagrado por el pecado a causa de su santidad, entonces no detendrá su ira y castigo contra los que rechacen a Cristo. La condenación eterna para los pecadores no arrepentidos es la justa respuesta de la justicia divina, porque nadie puede ser tenido delante de Dios como inocente si es culpable. Pero siendo Cristo el que satisfizo la justicia de Dios como medio para nuestra salvación por él somos justificados gratuitamente, para ser libres de culpa y para recibir la vida eterna.
La ira cae sobre la persona sin que Dios la envíe, pues es Dios el que ya ha establecido cómo se disfruta la vida y cómo se sufre la muerte. De la misma manera, Dios ha establecido cómo puede disfrutarse de él para siempre, pero también cómo es que el ser humano puede sufrir el castigo divino.
Dios nunca cambia, ni cambian sus decretos, los que cambian son los seres humanos. La ira de Dios no se irá sola, y el ser humano tampoco puede por sus propios recursos cambiar esta realidad, sin embargo, al aceptar por la fe, que lo que Cristo hizo en la cruz satisfizo la deuda y la culpa por los pecadores, entonces se recibe la vida eterna.