El cuerpo que fue afectado por la muerte a causa del pecado, cuando sea el tiempo de la resurrección, tendrá una condición de vida, de modo que, jamás volverá a sufrir daño por el dolor ni por la muerte. En esta condición física y espiritual tendremos perfecta comunión con Dios, llena de gozo y caracterizada por nuestra perfección. Así que, ante la realidad de la muerte física que podemos enfrentar en cualquier momento, tengamos la esperanza de nuestro triunfo glorioso sobre la muerte.
«El remedio para nuestro mal espiritual es el evangelio, porque Cristo murió para que tengamos comunión con Dios, por medio de él Dios nos acepta y nos perdona. Pero también, porque Cristo sufrió la muerte como maldición a causa de nuestros pecados, es que ya no estamos bajo maldición. La muerte de Cristo es la consecuencia por nuestra desobediencia, y su resurrección es la victoria sobre la muerte, la cual no pudo encerrarlo para siempre, y por lo mismo, también nosotros somos más que vencedores en Cristo.»
Veamos a la muerte como un enemigo derrotado por la obra de Cristo, por esto, el miedo a morir no nos debe dominar, porque si nos domina no nos dejará vivir. Tengamos la certeza de que todos los que estamos en Cristo no estamos bajo el poder de la muerte. En realidad, lo peor que le puede pasar a una persona no es enfrentar la muerte, sino el enfrentar la muerte sin Cristo, porque ya de por sí, justo en el momento de creer en Cristo, recibimos la vida eterna.La muerte para nosotros resulta en ganancia, porque Dios obra en ese proceso de manera gloriosa, ya que, por Cristo, en el momento de nuestra muerte nos reuniremos con Dios, pues la muerte no puede tocar nuestra alma, y en el día de la resurrección tampoco podrá impedir que nuestra alma se una al cuerpo para levantarnos gloriosamente.Como es después de la muerte es que compareceremos ante Dios, no debemos temer el juicio final, pero si deben temer aquellos que no crean en Cristo, porque no solamente quedarán separados por Dios eternamente (muertos espiritualmente), sino que también estarán bajo sufrimiento. Esto quiere decir, que también los malos resucitarán, pero no para bendición, sino para condenación eterna. Por lo tanto, vivamos en Cristo, con plena esperanza de ser perfeccionados y vestidos de inmortalidad.