El rechazo y todo el sufrimiento de Jesús lo aceptó sin dudar, porque con ello lograría nuestra salvación. En verdad, nadie estuvo ni estará en esa condición de Jesús, porque aun cuando nos toque padecer por amor a él, eso no es para salvarnos, ni para salvar a nadie, solamente es evidencia de nuestra, fidelidad, amor y fe, lo cual, indica también el testimonio de haber recibido la salvación por gracia.
«Para los creyentes en el tiempo de Jesús, parecía mala noticia cuando él anunció sus dolores en la cruz, pero él lo hacía, precisamente para que no dudaran cuando eso ocurriera, para que supieran que él es el Salvador dispuesto a cargar con nuestras maldades y sus repercusiones y para que comprendieran, que lo que estaba ocurriendo era obra de Dios y no de satanás.»
Pero, por otra parte, Jesús nos invita a todos, a sufrir por él, y si es posible, hay que estar dispuestos a padecer por su causa. Sin embargo, nos da la promesa de la vida eterna, pues justamente el vino a eso, a darnos vida eterna con su muerte.
El camino del evangelio puede ser una vía dolorosa porque el mundo nos imprime dolor y vergüenza, porque satanás se goza en nuestro dolor, y porque aun tenemos contacto con el pecado, el cual muchas veces nos puede hacer perder el gozo de la salvación. Sin embargo, el evangelio es también el camino de la salvación, de la vida, de la esperanza eterna y de la victoria. Por eso, no importando lo que nos toque padecer en este mundo, tenemos la esperanza de la gloria celestial, porque estaremos con Cristo nuestro Salvador, disfrutando plena mente los resultados de su obra en la cruz.
Los que creemos en Cristo tenemos la promesa de la resurrección, es una promesa segura, porque Cristo murió y resucitó. No debemos tenerle miedo a la muerte, ni a los padecimientos, ya que Cristo siempre nos acompañará y nos dará todo lo necesario para que estemos en victoria, pero esto no quiere decir, que quedemos exentos de la muerte en este mundo.
El que no está dispuesto a entregarlo todo por Cristo, no muestra confianza en él, ni tampoco refleja amor por su nombre, por lo tanto, no tiene vida eterna y ninguna esperanza futura. Dependamos de Cristo para recibir todas las bendiciones eternas y la capacidad espiritual para ser sus servidores hasta el día de nuestra muerte.