
Dejemos actuar a Dios en nuestras vidas, para que cada día tengamos un corazón renovado y por lo mismo sabio, así haremos bien las cosas, comenzando a vivir bajo el temor de Dios y siempre fieles a su nombre santo.
Este debe ser nuestro mayor anhelo en la vida,
porque estando bien nuestro corazón, todo lo demás está en condiciones para agradar a Dios y vivir bienaventurados, porque de lo que hay en el corazón habla nuestra boca, así pensamos y actuamos.
Nuestro corazón es vivificado con la llenura de Dios a través del Espíritu Santo, Él es quien lo perfecciona, lo alinea conforme a la voluntad y propósito divino, de tal manera que nos ayuda para que nuestro corazón sea conforme al corazón de Dios, y ese es precisamente también el anhelo de Dios.
Nuestras oraciones deben ir en este sentido, pero también, debe ser firme y diligente nuestra responsabilidad para usar todos los demás recursos que Dios nos ha dado, para que seamos renovados cada día. Por lo mismo, debemos aceptar cada circunstancia como parte de la voluntad de Dios, porque mediante ellas nos hace más humanos y trabaja en nuestro carácter, para que todo lo que somos y hacemos, sea mejor para su gloria y para que disfrutemos la vida.