
La felicidad, solo es felicidad cuando la vida se vive al modo de vida diseñado por Dios; “bajo temor reverente.”
La felicidad si existe, y consiste en conocer a Dios, es decir, en vivir todos los días en comunión con Él, de tal manera que aun en los mínimos detalles de nuestras vidas lo reconozcamos como el que está interviniendo para bendecirnos, pero también para dictarnos las leyes del buen vivir.
Para conocer la voluntad de Dios y amoldarnos a ella, no debemos buscar en otro lado, que no sea en su Santa Palabra, pues a través de ella nos habla como Padre amoroso, que orienta a sus hijos por el sendero de la dicha; ahí donde hay felicidad y prosperidad.
Aunque Dios ha mostrado su potencia en la obra de creación, y aunque también en toda ella podemos ver su sabiduría, no pasa por alto, mostrarnos su gobierno, pues nos pide sumisión, ya que sólo así podemos recibir su provisión, con la que nos hace sentir queridos, y nos muestra que es conveniente seguir sus consejos.
Es nuestra responsabilidad escudriñar Las Escrituras, porque en ellas se revela Dios con las normas que rigen la vida humana, normas que son contrarias al sistema de vida mundano, pues este, es producto de la sabiduría carnal y diabólica, que se opone a los designios y propósitos de Dios.
Cualquier estilo de vida, que sea producto de cualquier norma, si no exige verdadero temor y reverencia al único creador del universo, aunque dichos preceptos tengan un lenguaje religioso, no son más que mentiras destructivas de satanás.
El día que comencemos a deleitarnos y a disfrutar de la ley divina, iniciará nuestra felicidad, porque esto no es un simple ejercicio religioso, sino que es la vida misma al estilo de Dios. Porque además, Dios nos creó para vivir felices eternamente, y no para vivir en desdicha y miseria.