
Estando muertos en nuestros pecados, por Cristo recibimos la vida para vivir eternamente.
Por la misericordia de Dios nacimos de nuevo en Cristo para vivir eternamente,
porque aunque un día moriremos físicamente, por la resurrección de Cristo volveremos a vivir, ya que, el poder que resucitó a Jesús, también nos levantará a nosotros de entre los muertos.
Dios nos tiene reservada una vida plena, gloriosa e incorruptible, es decir, un día, ya no vamos a carecer de algún bien, y la glorificación que recibiéremos en la gloria de Dios será perfecta, por lo que por nada podrá ser afectada, ni tampoco correremos el riego de perderla. La vida eterna ya la tenemos, sin embargo, un día seremos glorificados.
Mientras estamos en este mundo y en este cuerpo, no estamos exentos de lamentos y penalidades, incluso, lo que hoy se gana como gloria, mañana puede diluirse en la lucha cotidiana, pero nosotros con Cristo tenemos la mayor esperanza de la vida eterna, porque lo más que podemos perder aquí es el cuerpo, el cual será recuperado glorificado como el de Jesús.
Démosle gloria y honor a Dios, porque todo lo bueno que hoy vivimos como criaturas y como sus hijos es por su misericordia, Él se apiadó de nosotros cuando estábamos muertos, perdidos y sin esperanza. Hoy debemos procurar, que los hechos de nuestra vida, y los dichos de nuestra boca bendigan su misericordioso nombre.
Debemos hacer nuestra la misión, de que con nuestro testimonio muchas personas conozcan a Dios, para que ellos también reciban la bendición de la vida eterna, para que también aprendan a glorificar el nombre de Dios de manera reverente y gozosa. Ciertamente Dios nos entregará la gloria que nos ha prometido, pero también nos pedirá cuenta de esta labor que debemos ejercer voluntaria y apasionadamente.