En esta vida, necesitamos necesariamente la paz que sólo Dios puede darnos, de lo contrario, en algún punto nos hundiremos en las dificultades propias de esta vida.
“La paz de Dios es la estabilidad en lo profundo de nuestro ser, a pesar de estar en medio de una espesa tempestad de la vida diaria.”
La paz es el resultado de la presencia de Cristo en nuestra vida, él es el fundamento de nuestra paz; la tormenta que él vivió en la cruz del calvario mientras se sacrificaba por nosotros, es lo que hizo posible la paz que hoy podemos tener, si ponemos nuestra fe en él cuando estamos pasando por momentos difíciles.
Esta paz es tan grande que no puede ser pesada o medida, porque sobrepasa la capacidad humana, pero eso solo Dios es la fuente de esta paz y sólo Él puede depositarla en la vida humana. Como Dios es la fuente de esta paz no podemos buscarla e otro lado, pero también esta paz no puede ser quitada por nada, ni por nadie al ser Dios el origen y la causa de ella.
Es así como, nada ni nadie harán que nos demos por acabados, o lograrán que nos hundamos en medio de la tempestad, por el contrario, esta paz hará posible que sigamos navegando hasta cruzar la tempestad o hasta que esta se disipe.
Esta paz guarda nuestro corazón y nuestra mente, porque a pesar de lo difícil que enfrentemos en lo cotidiano, nunca nuestro corazón se revelará contra Dios o decaerá, ya sea por el miedo, o por la duda. Pero también, mentalmente estaremos positivos, porque tendremos siempre presente; quién es Dios, cuáles son sus promesas y cómo actúa en nuestros tiempos difíciles.
Si hoy reconocemos nuestra incapacidad y nuestra insuficiencia, para navegar solos en esta vida, y acudimos al Dios de paz, podremos asegurar un presente y un futuro maravillosos, porque Dios nos sostendré siempre, y al final hará que llegue un tiempo radiante con el resplandor de su gloriosa presencia en nuestra vida.