
Para el que pone su confianza en cosas o en otro ser fuera de Dios será avergonzado, porque en el día de la angustia, lo que tiene como refugio será derribado junto con él.
“Las aflicciones no son para renunciar a nuestra fe, sino para que esta sea más sólida, y nuestra vida también sea más refinada y santificada, porque en este proceso nunca nos faltará la protección de Dios.”
Cuando estamos en tiempos de tribulaciones, muchos pueden cuestionar si realmente vale la pena confiar en Dios, cuestionan la existencia de Dios, la calidad de nuestra fe, o nuestra fidelidad a Él. Nada de esto nos debe mover de nuestra convicción de Dios, ni debemos avergonzarnos aunque nuestra condición sea muy triste por causa de la tribulación, porque los hijos de Dios también sufrimos.
Ante todo esto debemos alegrarnos, porque una de las máximas, que es exclusiva de los hijos de Dios, es que si padecemos de las aflicciones de Cristo, también participaremos de su gloria. Pero además, sabemos que cada aflicción será la ocasión para experimentar la victoria de Cristo en nuestras vidas, porque nada podrá derrotarnos cuando padecemos.
Sigamos manteniendo nuestra esperanza en Dios, no hay ningún refugio tan seguro como Él, los que hemos acudido con fe a Él jamás hemos sido avergonzados, porque nuestra vida ha estado segura, y cuando nuestro cuerpo desfallecía, nuestro espíritu se llenó de vida.
Solo en Dios nuestro refugio eterno, podemos tener el tipo de paz que el mundo no puede dar, y que por lo mismo no la entiende, porque si no hay fe es imposible disfrutar esta paz, y mucho menos si no se conoce a Dios. Estemos animados en todo esto, porque seguramente, muchas personas pueden llegar a conocer a Dios a través de nuestra perseverancia y con fianza en Él, aun cuando padecemos.