Entre más sean nuestros padecimientos por la causa de Cristo, o por el hecho de vivir la fe en medio de las adversidades sin murmurar contra Dios, mayor será nuestro consuelo, triunfos y la gloria que recibiéremos cuando esto termine aquí.
“Todo lo que aquí padecemos no puede ser capaz de arruinar el hecho de sentirnos esperanzados, es por esto que, si la esperanza que tenemos en Cristo se mantiene en nuestro corazón, el gozo que esto produce nos ayudará a soportar las tribulaciones, lo cual, no puede ser entendido por los incrédulos, y hasta pareciera ser absurdo para el mundo, que hablemos de gozo cuando sufrimos.”
Los sufrimientos a los que estamos expuestos estarán presentes hasta el día que recibamos la glorificación, es decir, todo terminará cuando Dios nos dé un cuerpo glorioso como el de Jesús,
cuando resucitó de entre los muertos. Esta es también nuestra esperanza; seremos resucitados como Jesús, o si el viene antes de que muramos, seremos transformados, en esta condición ya no habrá más llantos, ni tristeza y ni dolor.
Aunque aquí sufrimos contamos con la asistencia de Dios, por eso no debemos quejarnos contra Él, y porque además, la presencia del sufrimiento es por la desobediencia humana, lo que significa, que el responsable de esto somos nosotros. Aun así, sin que lo mereciéramos, Cristo vino a sufrir el castigo por nuestros pecados, para que ahora podamos ser consolados por Dios cuando padecemos, pero también, para que tengamos gozo a pesar de las tribulaciones y para que nuestra esperanza futura de la glorificación, en donde se terminará el sufrimiento, nos anime perseverando fieles hasta el fin.