
Por la gracia de Cristo vivimos, y para él vivimos, pero también tenemos asegurada una eternidad gloriosa después de la muerte.
“Nuestra vida aquí debe vivirse para la gloria de Cristo por gratitud a su gracia inmerecida. Hoy debemos ser heraldos y testigos de él, para que la humanidad honre y le de honor a su nombre, y que al creer en él también reciban la vida eterna.”
Cristo nos ha salvado con su vida, porque él la expuso al dolor y a la muerte de cruz, para darnos así lo más grande que el ser humano puede llegar a tener; esto es un lugar con Dios eternamente en las mansiones celestiales.
Por eso para nosotros aquí en la tierra Cristo lo es todo, no hay nada ni nadie más importante, y sólo a él anhelamos servir hasta ofrendar nuestra vida, porque si él tomó la cruz por nosotros, también por él debemos estar dispuestos a tomarla.
En esta vida Cristo debe ser nuestra fortaleza, nuestro gozo, todo nuestro amor debe ser manifestado a su nombre, porque su nombre significa nuestra salvación. Toda nuestra vida aquí descansa en él, porque es nuestro reposo, nuestro consuelo y nuestra paz, no podríamos explicar nuestra vida sin su misericordia, nada tendría sentido en nosotros sin su gracia y amor eterno. Por Cristo vivimos, y para el vivimos, pero por cuanto su gracia también nos asegura bendiciones eternas, para él también moriremos.