
Tenemos una gran promesa para animarnos a cumplir con un gran mandato, la promesa es incomparable, porque es la presencia de Cristo, lo cual significa nuestra perseverancia a la gloria más grande. El mandato no es negociable, debe acatarse, porque eso demuestra nuestra fe, obediencia y fidelidad a nuestro salvador.
“Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” Mateo 28:18-20 RVR1960
La presencia de Cristo a través del Espíritu Santo asegura la perseverancia de los que creemos en el hasta el final,
es decir, el Espíritu Santo nos hará estar firmes y ser fieles hasta que Cristo vuelva. Pero también esta promesa demanda altísima responsabilidad en nuestro deber de compartir a todos, que Cristo es el Salvador y Señor del mundo.
La presencia de Cristo en nuestro peregrinaje por este mundo nos da confianza, ya que al afrontar las adversidades propias de este mundo con él estaremos seguros y en victoria. Esto conviene a nuestra fe, porque sus permanentes intervenciones en nuestro favor nos ayudan a confiar más en él.
Jesús está con nosotros porque quiere usarnos como instrumentos para cumplir su propósito en cuanto a la evangelización de todo el mundo. Cristo está con nosotros, para impulsarnos y fortalecernos, para que vayamos a todas partes y en cualquier tiempo con el precioso mensaje de salvación, sin que tengamos miedo a perder la vida.
Por lo tanto, una persona centrada en ella misma o en un entorno, sin que tenga una visión universal de la evangelización no hace honor a la presencia de Cristo, quien nos pide ir a todos, esto es también para la iglesia y sus ministerios. La indiferencia al mandamiento no concuerda con una vida de fe, porque no hay confianza y fidelidad, pero tampoco concuerda con el amor, porque no hay interés por las almas que están perdidas.