
Dios se agrada de nuestras obras porque todo lo que hacemos es el resultado de la acción de nuestra fe en Cristo, así que, Dios nos mira a través de Cristo y por eso nos acepta junto con nuestra alabanza.
Aun cuando nos equivocamos y cometemos actos contrarios a las normas de Dios, como nuestra confianza está en Cristo, en que el ya cumplió toda la lay de Dios por nosotros, Dios no toma en cuanta nuestras malas obras para rechazarnos, cuando arrepentidos y con doler venimos a Él buscando misericordia. Pero también, siempre seremos esforzados para hacer lo bueno, para actuar como Dios actúa con nosotros de manera bondadosa.
Lejos de rechazarnos, Dios nos abraza como el padre recibe a su hijo después de que se había ido a vivir perdidamente malgastando todo. El padre que es amoroso, no le cerrará nunca la puerta al hijo que estaba perdido pero que ha vuelto a casa.
La fe siempre nos hará volver a Dios, nos impulsará a consagrarnos para su gloria, porque no por el hecho de saber que Dios nos perdona dispondremos nuestra vida para el pecado, es todo lo contrario. Cuando sabemos del amor de Dios, nuestras vidas siempre querrán serle fiel y vivir para Él. La fe salvadora no nos aleja de Dios, no nos hace revelarnos contra Dios, sino que anhelamos someternos voluntariamente, reverentemente y gozosamente. El que no tiene la fe salvadora, no pensará en consagrase a Dios, sino solo ver que provecho milagroso consigue.
Aun con nuestras mejores obras de fe podemos errar, pero cundo realmente confiamos en Cristo y creemos en él, Dios siempre nos prestará atención y nunca careceremos de su bondad, la cual se manifestará para que recibamos el perdón y nunca el abandono de Dios, sino su cercanía compasiva para ayudarnos fortaleciéndoos para enfrentar con más firmeza al pecado y al maligno, y para que sintamos más cercanas y reales sus promesas. Actuar como resultado de la fe que nos es dada del cielos, es vivir solo para Dios y siempre confiando que nunca nos faltará su amor.