Cuando pecamos somos perdonados porque tenemos un defensor perfecto

Dios nos llama y nos protege para no pecar, pero si pecaremos descuidadamente, tenemos a uno que habla con Dios por nosotros para que alcancemos la misericordia del perdón. En Cristo tenemos perdón eterno y el perdón cotidiano de todas nuestras faltas. Quien entiende esta gracia de Dios no quiere pecar, ni es motivado a pecar, sino a consagrarse.

«Aparte de Jesús no hay nadie que sea libre de pecado, todos nosotros caímos en pecado y quedamos imposibilitados para agradar a Dios, y para salir de la condición pecaminosa por nuestros propios medios. Sin embargo, la solución para nuestro mal es aquél que no conoció pecado, pero le hicimos pecado. Cristo es justo porque en todo agradó a Dios, pero también, porque para nuestro favor agradó a Dios en la cruz.»

Dios a través de su palabra nos hace un llamado para no pecar, tomando en cuenta que Cristo nos fortalece para estar firmes. Si Cristo no pecó, y además, se sacrificó para liberarnos del pecado, él es quien verdaderamente puede ayudarnos con eficacia a tratar con el  mal. Al creer en Cristo nos participa de su naturaleza santa y fiel a Dios, y en la comunión con él podemos desarrollar un carácter mas conforme a la imagen de Dios.

Espiritualmente las ataduras que nos hicieron esclavos del pecado se rompieron cuando por la fe en Cristo aceptamos el sacrificio que hizo en nuestro favor, y por esto también fuimos reconciliados con el Padre. Así que, en esta libertad con Cristo, por su cuidado y fortaleza debemos estar alertas para que no volvamos a enredarnos con el pecado. Aunque fallamos por nuestros descuido y negligencia espiritual no debemos ser más esclavos de satanás, sino esforzarnos en la gracia para no seden ante el poder del maligno.

Dios nos da el consuelo a través de su palabra, y a la vez nos da la esperanza de ser perdonados si pecamos, porque, siendo Cristo nuestro abogado santo, es perfecto, y compadeciéndose de nuestras debilidades intercede en nuestro favor con efectividad, para que cada vez que confesemos nuestros pecados seamos perdonados.

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