Dios nunca defrauda a sus hijos que con humildad le piden en oración

Cada oración que hagamos a Dios debemos hacerla con la confianza en que él es nuestro Padre celestial, el cual nos ama y que con su abundancia y conforme a su voluntad nos suple en todo lo que necesitamos según considera lo mejor para nuestras vidas, lo cual con humildad  debe ser aceptado, sabiendo que su voluntad es perfecta.

«Cuando elevamos a Dios una humilde petición para ir a la fuente de su misericordia y buscar ahí lo que nuestra alma y nuestro cuerpo necesitan, nunca será inútil nuestra plegaria, porque Dios está siempre dispuesto a correspondernos como un padre lo haría para con el hijo que tanto ama.»

Dios nunca nos defraudará cuando buscamos satisfacer nuestras necesidades en sus bondades, y por lo mismo, cuando pedimos en humildad, también lo hacemos en obediencia, de tal manera, que al confiar en Dios, aceptaremos todo lo que proceda de su mano amorosa, porque ciertamente nos dará lo que conviene a nuestro bien.

La persona humilde que ora a Dios sabe que el que perfecciona su oración es Dios, porque nuestra voluntad y conocimiento de lo que realmente nos hace bien no siempre es correcto, pero nuestro Padre celestial sabe cuáles son nuestras verdaderas necesidades, por eso cada vez que oremos, debemos hacerlo esperando que la respuesta de Dios sea conforme a su voluntad y no conforme a la nuestra.

Recuerde la última vez que sus hijos pequeños le pidieron algo, y usted por amor no se los concedió, porque tal cosa no le haría bien en su desarrollo físico, exactamente así pensó Dios cuando usted le pidió algo que no le ayudaría en su crecimiento espiritual, y por eso fue Dios respondió a su petición con algo mucho mejor.

Nadie pide prueba pero somos probados para crecer, hay veces que el nuestro padre celestial nos mete a un ejercicio cristianos muy fuerte, porque quiere que nos ejercitemos para potencializar en nosotros aquellas cosas que son muy importante para nuestro crecimiento y para servirle como creyentes maduros en este mundo. Pero tengamos plena certidumbre, que Dios nunca nos dará algo que nos lastime, que ponga en riesgo nuestro gozo y su paz, y mucho menos lo que pueda nublar nuestra esperanza de la eternidad con él.

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