Cristo Jesús sufrió para que hoy nuestras heridas puedan ser curadas con la delicadeza del amor de Dios, ya que siempre hay perdón y sanidad en todos los aspectos, para nuestro cuerpo y para nuestra alma.
«Traigamos a Dios hoy nuestro corazón, no importando su condición, Dios lo dejará nuevo porque él quiere y puede hacerlo.»
De muchas maneras nuestro corazón es lastimado; tal vez la traición la decepción, la tristezas y principalmente por el pecado. Ante esta condición de nuestras vidas, siempre podemos venir a Dios, porque es experto en sanar nuestro corazón con su gracia y con su amor. No es conveniente que nosotros mismos tratemos de remendar nuestro corazón, porque de esa manera las grietas quedarán ahí, y por lo mismo nuestra vulnerabilidad permanecerá ante lo mínimo del mal que lo golpee. Nunca las heridas sanarán con nuestro propio remedio
La sangre de Cristo es eficaz para que nuestro corazón reciba el tratamiento adecuado, ya que cualquier daño que el pecado haya provocado y en lo que actualmente este afectando queda resuelto, porque siempre hay perdón, gozo y paz para nuestra vida cuando ponemos nuestra fe en Cristo. Aun en aquello que no somos capaz de identificar, pero internamente nos causa quebranto, tristezas y dolores, Dios puede ayudarnos con sus Espíritu Santo, porque lo escudriña todo y hace que su palabra penetre hasta nuestra alma.
Con la gracia bendita nuestras heridas serán lavadas cuando en humildad clamemos a Dios, él mismo con sus preciosas manos nos vendará y nos cuidará hasta que sanemos totalmente, porque precisamente, tenemos la esperanza que un día nuestros peligros pasarán, y que nunca más volveremos a sufrir heridas en este mundo, ya que se acabara la maldad el día que Dios nos permita vivir eternamente con él en una comunión perfecta en las moradas del cielo.