La fe nos da la certeza de que todo lo que Dios promete lo puede cumplir cuando se lo pedimos, por eso la fe auténtica es la que crece por el conocimiento de la palabra de Dios revelada, la que nos hace aceptar la voluntad divina y la que nos ejercita en la comunión con Dios, de tal manera, que la fe sabe lo que pide, como lo pide y a quién se le pide.
Es cierto que las cosas son posibles total y libremente por el poder de Dios, sin embargo, ha determinado que las cosas sucedan a través de la fe, y esto es así, porque él mismo ha provisto lo necesario para que hagamos crecer la fe que hemos recibido como provisión divina. Al reflexionar en todo esto, al final llegamos a la conclusión, que todo lo que sucede cuando ejercitamos nuestra fe, es por la bondad y el poder de Dios, ya que la fe que tenemos viene de Dios, lo mismo que los medios para que esta crezca.
Todo lo que está alrededor de este texto bíblico muestra que la fe no es arrogancia, sino humildad, porque el que cree sabe bien que Dios puede ayudarlo a seguir aumentando su fe, por lo mismo, también es consciente que los sucesos difíciles ocurren como instrumentos divinos para que aprendamos a confiar más en Dios.
La auténtica fe, nos hace buscar el favor de Dios en su misericordia, y no es una especie de reclamo, o la exigencia de derechos obtenidos por la cantidad de fe o de buenas obras, porque nada de lo nuestros será suficiente para merecer siquiera una cosa, sino que siempre serán necesarios los logros de Cristo en la cruz.
La fe nos impulsa a buscar lo que sabemos por la palabra de Dios que él nos puede dar, porque nunca nuestra fe cambiará la voluntad divina, más bien a través de la fe que tiene su asiento en Las Escrituras aprendemos a conocer la voluntad de Dios en nuestro favor, y aun sabiendo lo que Dios nos ofrece como promesa y que puede cumplirlo, lo buscamos en humildad apelando a la gracia de Cristo manifestada con su sacrificio voluntario para que seamos reconciliados con Dios y recibidos como hijos.