Dios está por encima de todo, nadie lo domina, el encamina a toda la creación como decide, ya que es dueño y creador. Así es que cada mañana le pertenece, cada atardecer es el resultado de su voluntad, por eso en todo debemos depender de él y también debemos adorarlo.
“No hay otro nombre tan poderoso y glorioso, nadie como Dios quien nos ama, porque lo ha mostrado siempre y más cuando el mismo se hizo carne para salvarnos de nuestra miseria del pecado.”
Nuestro anhelo debe ser que Dios sea adorado en todo tiempo y en todo lugar, que ninguna circunstancia, sea buena o sea mala, nos cierre el corazón ante Dios y apague nuestra gratitud por la vida, ya que la vida en sus tiempos buenos y malos siempre será sostenida por Dios para sus planes, los cuales nunca fallan y Dios siempre lo determina todo para el bien de sus hijos.
Cada una de nuestras acciones y en todo momento debemos adorar a Dios. Debemos reconocer que de Dios es la alabanza y la gloria desde el amanecer hasta el anochecer, porque todo lo que vivimos es por su gran poder, ya que él es quien gobierna el universo y la vida de acuerdo a sus propósitos, todo lo hace con sabiduría y con amor.
Con todo nuestro hacer y ser, debemos reconocer a Dios, así nuestra vida se disfruta, ya que el honra a quienes le honran. Aceptemos que la vida sólo puede ser deleitosa cuando reconocemos a su hacedor. Sin Dios la vida no existiría, o simplemente, nada tendría sentido.
Cada mañana es la oportunidad para conocer más a nuestro hacedor, para vivir de cerca la experiencia de su amor. En todas las jornadas de un día no solo podemos contemplar lo que Dios hizo como creación, sin también lo que hace cada día en su obra de redención, porque aunque Cristo ya murió por nosotros, y ya hemos creído en él para salvación, Dios obra en todo momento para perfeccionar nuestra vida.