
Aunque no hemos visto corporalmente a Jesús como se le apareció a sus apóstoles y además personas, él se ha manifestado en nuestra vida, pues hemos recibido su Espíritu, por el que también podemos tener su mente. Es así como nos convertimos en testigos de su resurrección.
“Al instante se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron a los once y a los que estaban reunidos con ellos. «¡Es cierto! —decían—. El Señor ha resucitado y se le ha aparecido a Simón». Los dos, por su parte, contaron lo que les había sucedido en el camino, y cómo habían reconocido a Jesús cuando partió el pan.” Lucas 24:33-36 NVI
Esta es la noticia más esperanzadora que pudo oírse en un tiempo de luto e incertidumbre, es la buena noticia que debe ser creída y vivida en todos los tiempos.
La certeza de la resurrección es la vida victoriosa que tenemos que vivir todos los días ante un mundo que se niega aceptar el nombre que es sobre todo nombre, el cual es nombre sobre todo nombre, porque precisamente fue exaltado al vencer los poderes del mal y a la muerte, pero también porque es el único nombre que nos fue dado para salvación, ya que, precisamente Jesús significa salvador.
El que no cree en la resurrección de Cristo vive en tiniebla y esclavo del mal, porque no ha sido iluminado con la gloria de la resurrección, ni ha experimentado la victoria del Cristo victorioso, quien exhibió públicamente a satanás y su obra maligna mientras colgaba en el madero, y quien derrotó a la muerte en la mientras estaba sepultura.