Si nos consideramos fuertes por nosotros mismos, realmente estamos manifestando debilidad y es cuando la adversidad y satanás pueden acabarnos. Debemos depender de la fuerza de Dios, porque es la ùnica manera en la que podemos ser fuertes espiritualmente para enfrentar el pecado y las tribulaciones.
“El da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán.” Isaías 40:29-31 RVR1960
La fuerza que Dios da es sòlo para quienes reconocen cansancio y debilidad, ya sea por las luchas contra el pecado o por las tribulaciones de escasez, enfermedad y todas aquellas cosas que hacen sufrir al cuerpo.
Reconozcamos nuestra pobreza de espíritu, para ser fortalecidos espiritualmente con la gracia y el poder de quien todo lo puede, con la gracia de quien no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó en rescate nuestro. Cuando nos acercamos a Dios reconociendo su suficiencia ante nuestra insuficiencia, cuando reconocemos nuestra miseria y clamamos por su misericordia, es cuando somos exaltados ante el mal, y la victoria de Cristo puede ser experimentada ante el poder del pecado y de la tribulación.
¿De qué sirve la fuerza física si la lucha es espiritual? No podemos vencer el pecado con la fuerza corporal, y además, hoy estamos muy fuertes, pero mañana la enfermedad derriba el cuerpo y la muerte lo vuelve polvo. Hoy puede resplandecer nuestra juventud, pero los años corren rápido, por eso es que tenemos que buscar la asistencia de quien es eterno, el que nos puede rejuvenecer desde el alma para llegar a lo más alto y estar muy fuertes sin desmayar.