Si nuestras oraciones son atendidas por Dios siempre tendremos la victoria sobre el mal, porque cada vez que la fortaleza de Dios se manifieste, y nos derrame la provisión, nada puede detenernos, ni derrotarnos. Por eso debemos siempre orar, y debemos procurar que nuestras oraciones vayan acompañadas de la fe que nos hace vivir para la gloria de Dios.
«Todos somos oídos por Dios cuando oramos con humildad en el nombre de Cristo. Cómo no nos atenderá Dios, si la primera vez que venimos cargados de faltas nos recibió con los brazos abiertos para darnos perdón y la vida eterna. Hoy en cada una de nuestras luchas y tiempos difíciles Dios no nos deja solos, por eso es conveniente que no dejemos de orar.»
No tengamos dudas sobre la atención que Dios presta a nuestros ruegos, tampoco dudemos de que Dios nos pueda apoyar, pues él todo lo puede y su intervención siempre es oportuna. En cada una de nuestras oraciones Dios mira nuestro corazón, por eso es importante que tengamos fe y amor por él, y no es que Dios necesite de esto para ser Dios, más bien, nosotros necesitamos de esto para estar bien, y para que nuestras oraciones sean respondidas. Nuestra oración debe ser sin cesar, sincera y como ejercicio de la fe, es una parte fundamental de la comunión con Dios, porque jamás tendremos la respuesta divina si sólo oramos como un acto religioso, o egoísta, como quien busca sus propios intereses. Orar es alinearnos a la voluntad de Dios, anhelar que su respuesta a las plegarias sea para que sus propósitos se cumplan en nuestras vidas, sea glorificado y nos edifique, ya que al final, lo más importante es la obra de Dios en la vida para salvación. Si así oramos nuestras oraciones serán oídas, recibidas y respondidas.