Dios seca nuestras lágrimas

El lloro en este aspecto de nuestras vidas es al reconocer nuestro pecado, al estar frente a la presencia espiritual de Dios y sentir dolor, tristeza y decepción por nuestra condición espiritual. Indudablemente este sentimiento y actitud es por la obra del Espíritu Santo, puesto que de inmediato somos movidos al arrepentimiento y conversión para salvación. Es así como somos consolados al encontrar esperanza en el evangelio a pesar de nuestra precaria condición.

«Al convertirnos a Dios vienen los procesos de nuestro desarrollo espiritual y por esto mismo, la prueba de la fe. Aquí es donde Dios permitirá situaciones en las que seamos quebrantados para ser moldeables a su voluntad y propósito, pero, aunque el dolor también toma lugar, recibiremos el consuelo de Dios durante el proceso, y al final el gozo se unirá al consuelo, al ver y sentir los resultados de la obra Dios en nuestras vidas.»

También se llora por el poder de satanás y de los malvados, puesto que al vivir en este mundo caído despreciando su sistema y ocupándonos para servir a Dios por amor y obediencia a su palabra, el mundo nos aborrecerá y tal cosa es por la obra impía y malvada de satanás y de sus seguidores. Sin embargo, nunca nos hará falta el consuelo de Dios, porque nos participará de su tierno amor y encontraremos un lugar paternal en sus brazos, ya que seguramente nos consolará como un padre lo hace para con sus hijos amados, cuando lloran por alguna situación.

A pesar del llanto debemos agradecer a Dios, porque esta realidad de la vida nos permite conocerlo y desfrutarlo más, ya que precisamente en esta condición nos atrae más por su gracia y a su gracia, siempre escuchará nuestro clamor cuando busquemos su ayuda y consuelo. Nuestras lágrimas no son en vano cuando con fidelidad y amor permanecemos firmes ante el mal que nos golpea, cuando vivimos para servir a Dios como agentes de su reino, incluso, cuando también consolamos a los que sufren y lloran.

Pero nuestro mayor consuelo lo encontramos en la esperanza futura, puesto que ya no volveremos a sufrir, y es que Cristo mismo nos consolará personalmente y enjugará las lágrimas de nuestros ojos, pues habrá terminado para siempre nuestro sufrimiento, para gozarnos con el en su gloria eterna.

Amemos a Dios con todo nuestro corazón, sirvamos a su nombre santo y confiemos que nada nos destruirá y apartará de él, y que, si nos toca llorar, nuestras lágrimas harán fértil la tierra en donde caiga la semilla del evangelio, porque nunca lloraremos en vano y porque nunca Dios nos dejará llorando sin su consuelo.

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