Somos colaboradores y resultado de la obra de Dios

La unidad en el trabajo para la gloria de Dios en su reino es fundamental, pero también es el resultado de reconocer el lugar de Dios y el nuestro en el servicio. Todos servimos al mismo Dios, bajo la misma autoridad y para los mismos propósitos.

«Por un lado, colaboramos para que Dios haga su obra perfecta en las personas, es decir, que puedan dar frutos, o que sean edificados, de tal manera que se desarrollen cristianamente. Pero, por otra parte, otros colaboran para que nosotros podamos crecer y ofrecerle frutos a Dios, pero en todo, el reconocimiento es para Dios, porque la efectividad de nuestro trabajo y los resultados en la vida es por su poder y gracia.»

Al aceptar el llamado de Dios para servir en su obra, debemos considerar que nuestra labor no es para nuestros propósitos, ni para nuestro provecho. Todo se hace para el beneficio de los santos de Dios, para todo su pueblo, con lo cual Dios se glorifica, porque, aunque hagamos cosas importantes, no pasamos de ser siervos al servicio de su señor.Así que nada debemos reclamar como propiedad o exigir derechos, más bien, confiemos en el que nos llamó, el cual hará con nosotros lo que quiera y nos dará de acuerdo con sus designios las bendiciones necesarias y nos ayudará en nuestro propio crecimiento a través de sus instrumentos, lo cual es muy necesario. Ojalá no caigamos en la arrogancia de creer que somos dueños y amos por el trabajo que hemos realizado en el reino de Dios, o que nosotros no necesitamos de alguien más usado por Dios para nuestro crecimiento cristiano.Lo mejor en nuestra vida de fe y servicio lo recibimos cuando creemos que somos instrumentos en las manos de Dios, porque así se hará lo que el disponga, tal y como un cirujano usa sus herramientas de operación, las dispones y mueve como sabe que le hará bien al cuerpo. Pero enfatizando más la figura que el propio texto nos da. Dios nos usa para sembrar la semilla del evangelio en los corazones que ha preparado como la tierra. Por lo tanto, ni la semilla es nuestra, ni la tierra preparada es nuestro logro, mucho menos el que la semilla pueda nacer. Así que todos somos de Dios para su gloria.

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