El amor de Dios en Cristo nos centra en Su Palabra

El amor a Dios se demuestra amando lo que él ama y obedeciendo su palabra, porque esto es una manera de corresponder al amor que Dios nos tiene, ya que incluso, amar a Dios nos hace bien, ya que lo que Dios demanda para que lo obedezcamos es para nuestro propio bien. Amar a Dios nos beneficia, pero, aun así, nuestro amor por él debe ser por el sólo hecho de quién es él, porque merece nuestro amor, aunque no se puede pasar por alto que, amar a Dios es un privilegio.

«La palabra es la revelación de Dios, revela su ser, carácter y propósito, por eso es por lo que al tener presente la palabra de Dios en nuestras vidas podemos conocerlo más, crece la fe, la confianza y la obediencia, ya que Dios mismo con su Espíritu Santo nos convence para amarlo, pero también el Espíritu Santo nos hace sentir el amor de Dios, con lo cual es posible el amor que necesitamos para poder amar. El amor de Dios en Cristo es el fundamento de nuestro amor por Dios y mediante su palabra somos enseñados y convencidos para amar cuando el Espíritu Santo se hace presente en nuestras vidas.»

También nuestra madurez cristiana muestra la manifestación del amor de Dios, y la madurez se refleja cuando nos centramos en la palabra de Dios, cuando nuestras vidas son guiadas únicamente en los propósitos y en la voluntad de Dios, lo cual es posible y visible al arraigarnos en Cristo. La vida cristiana inicia cuando creemos en Cristo, y a partir de ese momento en el ejercicio de la fe crecemos, maduramos lo cual se hace visible como testimonio de la presencia de Cristo en nuestras vidas como el resultado del amor de Dios.

Cuando nos convertimos a Dios como resultado de su amor, dejamos la relacionarnos con el mundo, aunque seguimos sufriendo la presencia del mal y la confrontación con el pecado. En esto es donde debe manifestarse nuestra dedicación y consagración a Dios, para considerar Su Palabra como la autoridad que rige nuestras practicas y fe, la que nos adecua a el corazón de Dios y con la que somos fortalecidos, para no vivir más conforme a nuestros deseos, renunciando al mundo y reprendiendo a satanás.

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